La vuelta

Caminar es un buen desahogo mental a la hora del almuerzo. Dos caminatas, la ida y la vuelta, me entretienen bajo un sol que aviva mis sentidos. En el camino que generalmente hago para ir a comer debo pasar las Embajadas de Sudáfrica, Burundi, Egipto, Kenya, Suecia, la futura Embajada de Libia, la Comisión Europea, la FAO y un lujoso hotel que me recuerda al Lina. Veo motoconchos, niños saliendo de la escuela, gente blanca y negra que va a comer, y vendedores de tarjetas de teléfono.

Recientemente ese recorrido de 25 minutos lo hice con una colega y en el camino aparecieron unos niños que se acercaron rápido a pedir dinero. “Give me money”; “cent franc manger” son frases clásicas que los maebobo (niños de la calle) aprenden para pedir en su modo tan inocentemente agresivo.

En el camino de ida no les di atención. Mi colega, al contrario, puso cara de pena y estuvo a punto de endosarles unas monedas. Seguimos caminando, y yo recordé una conversación que tuve algunos largos años atrás con mi amigo J. Fuertes sobre las “plagas” que se acumulaban bíblicas sobre Santo Domingo. Las haitianas con bebés pidiendo, los limpiavidrios, los vendedores de cargador de celular, los enfermos con cartelitos con errores ortográficos...

En el camino de vuelta a la oficina los mismos maebobos aparecieron y desaparecieron como fantastmas en la sombra. Con su deserción una niña acudió al remate. El mismo coro “give me money”, “cent franc manger” en una niña descalza y de ropa harapienta. Aunque a lo lejos, ya veía el panel de la oficina y le pregunté a mi colega sobre lo irónico de que estuviésemos ignorando a una niña pidiendo para comer cuando trabajamos para los niños. Su cara se convirtió en lágrima sin siquiera sudar. “Haz lo que sientas que debes hacer” le dije. Ella se disparó y con un “Dios mío” le dió el equivalente a 90 centavos de dólar.

Cuando la niña tomó el menudo, vio que otro grupo de extranjeros caminaba del otro lado de la calle y corrió. Mientras las ventanas azules de UNICEF se hacían próximas, yo sentí como ella daba vueltas a su caja de música para repetir inocentemente agresiva su letanía. Mi colega respiraba desahogada. Al final, creo que no fue tan tan malo.

-o-

En uno de mis viajes a principio de mi segunda llegada, recuerdo ver una imagen mágica: una niña que, sin saber cómo, domina un pueblo.


Comentarios

ohhhhhhhhh el Hotel Lina, jejjeje Cuantos recuerdos, igual me pasa cuando estoy caminando en la estacion de Tren Retiro aca en Buenos Aires y de repente me encuentro con un letrero Gigante que dice Hotel Sheraton, de repente mi mente se transporta al malecon y veo palmas, triciclos vendiendo cocos, y un par de palomos oliendo cemento.
Tulio Mateo dijo…
Eso de caminar y sentarse a recordar es como hablarse a si mismo.
Me recuerda el cuento de Borges en que se sienta junto a su propio yo, 20 años más joven.
Buenos Aires debe tener mucho de curioso, especialmente para nosotros isleños.
Ya buscaré la estación Retiro en google.

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