Periferia oblonga

Existe. Está ahí. La veo estirada detrás del sol, las palmeras y el agua azul. Millares de pieles blancas ignoran su existencia a pesar de que sus pieles se broncean acompañadas de coliformes danzantes.

Esta periferia tiene los ojos oscuros y piel roja. Es amante del ámbar de caña y se embriaga con promesas. Vive en un mundo lleno de dilemas. Compró la tierra a un sacerdote siciliano amigo de un gallo. Entre el ahora y el recuerdo acumula los segundos de plusvalía en un banco de sueños.

Con sus cajas de cemento y fierros sonríe vagamente. Sentada en la galería trasera, la periferia oblonga piensa en las esperanzas; el sol azul de cada día hace brillar sus dientes más que las estrellas. Una que otra caries desaparece en el resplandor.

Con las estrellas titilando llega un embarazo no deseado. Nueve centelleadas y el parto desaparece. Permanece una protuberancia. Un nuevo órgano, un nuevo brazo, un nuevo ojo. La periferia existe. Está ahí. Crece.

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