Vestido de diablo cojuelo


A veces la distancia hace que uno se imagine cosas raras, como esas que nos deja ver Baakanit en su blog, y otras veces repetir un viaje hace que uno descubra detalles e historias nuevas. Verdades y simulaciones de capítulos urbanos. Saliendo de Febrero, ya en Marzo, sentí que un diablo cojuelo me acechaba desde afuera del bus desde el aeropuerto de Niza. Era un voluminoso edificio parpadeantemente colorido. Quedé en shock con la pastilla de granditolina que se había tomado el diablo para hacerme recordar mi tierra. A la vez pensaba “con una ciudad llena de estas atrocidades me vuelvo loco”. 

Los diablos cajuelos sonríen. Se contonean. Asustan con su sonrisa y movimiento. Este diablo estaba tieso. Su efecto sorpresa pasó y ya no estaba la excitación temporanea, ni los golpes al trasero. A su lado estaba un edificio estilizado bajo líneas contemporáneas. Con un mejor vistazo entendí que ambos eran parte de una misma unidad; amigos-amantes sin querer queriendo. Estaban unidos por un ombligo aéreo, uniendo la “no-tan-bella” y la bestia. Sentí algo de paranoia. 

Pensé en el caso Calatrava de Bilbao. Pensé que el arquitecto del nuevo edificio aceptó involucrarse en un experimento de edificios X (X-Buildings como X-Men). Que su vida profesional quedará marcada por la existencia de un esperpento al lado de su obra. Como quien no quiere la cosa, pensé que el arquitecto del primero también podría apelar a la prevalencia de su obra, de su enloquecido estilo de diablo cojuelo. Entre una niebla densa de pensamientos de esperpentos y “quién tiene la razón al querer unir dos edificios”, el bus siguió por la Promenade des Anglais. No vi ningún otro diablo cojuelo. Metros más adelante, al doblar por el Boulevard Gambetta, en la parada me esperaban.

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