El buen colchón


Me perseguían dos hombres: uno de piel bronce y el otro azabache.
Era la cúspide de la noche.  Había gritos.  Había sangre.

Sus dos cabezas habían rodado calle abajo más atrás, antes de que la persecución comenzara.  Sin querer quieriendo, empecé a correr cuando vi su intención de cuestionarme hasta mi propia muerte.

Quién tenía razón verdadera en dar el guillotinazo? Ninguno.
A qué clan pertenezco? Soy mixto.

Las preguntas no paraban de sangrar en mi cabeza.  Los puntos suspensivos se hacían infinitos.

Una tibia humedad me despertó.  Había comprado un muy buen colchón, pero me había hecho pipí sobre él.

Los dos hombres sin cabeza –y las nociones de consciencia humana y justicia– todavía me persiguen.

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